De todo...

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Planté algunos árboles, tuve 3 hijos y 3 nietos, estoy listo para escribir mi libro...

Planté algunos árboles, tuve 3 hijos y 3 nietos, estoy listo para escribir mi libro...

26/10/12

El Cronopio copy-paste (una manera de recordar a Julio)


Llegó a sus manos cuando tenía 20 años. Lo leyó enamorándose de cada letra, de cada palabra, de cada frase.

Rápidamente se identificó con los cronopios y pasó a desdeñar a famas e ignorar a esperanzas.

Pasó el tiempo y, a lo sumo, una vez por año, buscaba ese libro y lo leía deteniéndose para repetir de memoria cada frase.

Su recorrido literario fue pasando por diversos escritores, pero siempre regresaba al libro original.

Con la edad, se fue mimetizando con sus historias, y ahora, a los 70, consideró que había llegado el momento de consagrarse oficial y públicamente con el título de Primer Cronopio.

Comenzó por llorar. Dirigía la imaginación a sí mismo. Cuando llegaba el llanto, se tapaba la cara con las manos hacia adentro y contaba hasta 180, ya que esa era la duración correcta de un buen llanto.

Una mañana se aterrorizó al ver una diminuta imagen de coral formada con la pasta dentífrica sobre el cepillo de dientes. Más miedo sintió cuando le comenzó a doler una muñeca y al sacarse el reloj vio que de la marca de los dientes comenzó a manar sangre.

Trató de serenarse, sujetó el reloj con una mano y con dos dedos comenzó a girar la llave de la cuerda y se abrió otro plazo y el tiempo como un abanico se fue llenando de sí mismo y de él brotaron el aire, las brisas de la tierra, la sombra de una mujer, el perfume del pan.

Comprendió que estaba preso en el libro. Pero no era una cárcel, era un refugio. Y comprendió que él era el regalo para el reloj…!

Agachándose y poniendo la mano izquierda en una de las partes verticales, y la derecha en la horizontal correspondiente, entró en posesión momentánea de un peldaño o escalón. Comprendió entonces que el suelo se había plegado y era una sucesión de peldaños. Cada uno de estos peldaños, formados por dos elementos, se situaba un tanto más arriba y adelante que el anterior, principio que da sentido a la escalera, ya que cualquiera otra combinación producirá formas quizá más bellas o pintorescas, pero incapaces de trasladar de una planta baja a un primer piso.

Adivinó que, a pesar de su cárcel-refugio, las hormigas se comerán inexorablemente a Roma salvo que alguien haga algo. Decidió no hacer la vista gorda. Primero buscó la orientación de las fuentes y las marcó con un círculo azul que, sin duda las dejará a todas adentro. Después solo quedó horadar la piedra opaca. Y no pidió ayuda a nadie, nunca. Mató las hormigas con sólo llegar antes a la fuente central. Y se fue en un tren nocturno huyendo de lamias vengadoras, oscuramente felices, confundido con soldados y con monjas.

Un  domingo por la tarde, después de los ravioles comenzó una construcción en el jardín delantero de su casa. Aunque nunca le preocupó lo que puedan pensar los vecinos, era evidente que los pocos mirones suponían que iba a levantar una o dos piezas para agrandar la casa. No comprendían ni reconocían en su obra lo que verdaderamente era: un patíbulo. Pero abandonó porque no tenía un lechón adobado parta festejar el fin de obra, lo que dejo a los vecinos muy molestos.

Pensó en la vulgaridad generalizada, especialmente de esos vecinos, de la que él y su familia eran terribles enemigos. Por eso cuando escuchaba en la cantina frases como “Fue un partido de trámite violento”, o: “Los remates de Faggiolli se caracterizaron por un notable trabajo de infiltración preliminar del eje medio”, inmediatamente dejaba constancia de las formas más castizas y aconsejables en la emergencia, es decir: “Hubo una de patadas que te la debo”, o: “Primero los arrollamos y después fue la goleada”.

Cada vez se sentía más protegido en su libro-cárcel-refugio. Eso lo animó a ir a la sucursal de Correos de la calle Serrano y repartir globos de colores y enviar giros a lugares como Purmamarca, completando su obra con un reparto de empanadas y grapa, y logrando cantar el Himno antes que llegara la policía.

Una mañana se levantó preocupado por el destino de los pelos que caían en el lavabo. Imaginó la dificultad de reencontrarlo, lo complicado de la búsqueda por las alcantarillas, pero se consoló pensando que, con suerte, a pocos centímetros de la boca del lavabo, a la altura del departamento del segundo piso, o en la primera cañería subterránea, puede suceder que encuentre el pelo. Con solo pensar en la alegría que eso le produciría, en el asombrado cálculo de los esfuerzos ahorrados por pura buena suerte, para escoger, para exigir prácticamente una tarea semejante, que todo maestro consciente debería aconsejar a sus alumnos desde la más tierna infancia, en vez de secarles el alma con la regla de tres compuesta o las tristezas de Cancha Rayada.

Esa noche recordó a su tía, la que tenía miedo de caerse de espaldas, pero recordó el tácito pacto familiar de no averiguar nada al respecto.

Por supuesto que el posatigres constituía una obsesión en su vida. Sabía que el tema planteaba un doble problema, sentimental y moral, pero en su biblia-libro-carcel-refugio estaban todas las respuestas a todas las preguntas y la solución a todos los dilemas. Sabia que posar el tigre tiene algo de total encuentro, de alineación frente a un absoluto; el equilibrio depende de tan poco y lo pagamos a un precio tan alto, que los breves instantes que siguen al posado y que deciden de su perfección nos arrebatan como de nosotros mismos, arrasan con la tigredad y la humanidad en un solo movimiento inmóvil que es vértigo, pausa y arribo.

Después de mucha práctica logro identificar cuando en un patio cubierto o en la sala se han armado los trípodes del camelo en algún velorio. Y aprendió, con mucha práctica a realizar maniobras para adueñarse del mismo, incluyendo los llantos de la familia, los desmayos y el cadáver mismo.

Después de esas experiencias mortuorias, entraba en un café y pedía azúcar, otra vez azúcar, tres o cuatro veces azúcar, y formaba un montón en el centro de la mesa, mientras crecía la ira en los mostradores y debajo de los delantales blancos, y exactamente en medio del montón de azúcar escupía suavemente, y miraba embelezado el descenso del pequeño glaciar de saliva, oyendo el ruido de piedras rotas que lo acompañaba y que nacía en las gargantas contraídas de cinco parroquianos y del patrón, hombre honesto a sus horas.

Reconozcamos que, al principio, consideraba que era un secuestro, que el libro le estaba privando de la libertad, pero finalmente terminó por comprender que era justamente lo contrario: el libro le garantizaba libertad, la máxima libertad, la libertad de los cronopios.

Alguna vez se le ocurrió que el libro se reproduciría y sería millones, y taparía ciudades y maizales y los presidentes se pondrían en contacto para evitar el desastre, pero la razón le indicó que el libro no se reproducía y que los escribas cada vez eran menos, así que no existía ese peligro. Trató de convencer a las gotas que no se suicidaran, pero fue imposible. Brotaban en el marco y ahí mismo se tiraban; le parecía ver la vibración del salto, sus piernitas desprendiéndose y el grito que las emborrachaba en esa nada del caer y aniquilarse. Tristes gotas, redondas inocentes gotas.

Algunas mañanas recordaba cuentos sin moraleja, de las famas que se pasaban el día bailando tregua y catala frente a los almacenes, hasta que las esperanzas le daban flor de golpiza mientras los cronopios se aglomeraban para ver. Otras veces se entristecía frente a una multitud de famas que remontaba Corrientes a las once y veinte y él, objeto verde y húmedo, marchaba a las once y cuarto meditando "Es tarde, pero menos tarde para mi que para los famas, para los famas es cinco minutos más tarde, llegarán a sus casas más tarde, se acostarán más tarde”.

Le gustaba viajar. Cuando se iba de viaje, encontraba los hoteles llenos, los trenes ya se habían marchado, llovía a gritos, y los taxis no querían llevarlos o les cobraban precios altísimos. Nunca se desanimaba porque creía firmemente que estas cosas les ocurren a todos, y a la hora de dormir se decía: "La hermosa ciudad, la hermosísima ciudad". Y soñaba toda la noche que en la ciudad había grandes fiestas y que él estaba invitado. Al otro día se levanta contentísimo.

Se preocupaba al recordar que los famas guardaban los recuerdos en forma ordenada… Pobres…! El acostumbraba a dejarlos sueltos por la casa, entre alegres gritos, y ellos andan por el medio y cuando pasaba corriendo uno, lo acariciaba con suavidad y le decía: "No vayas a lastimarte", y también: "Cuidado con los escalones". Los vecinos se quejan siempre porque en su casa hay gran bulla y puertas que golpean, al contrario de la casa de los famas, que son ordenadas y silenciosas.
Un día comenzó a notar que el libro ya no era su cárcel-refugio. El se estaba convirtiendo en el libro. El comenzaba a ser el refugio de esas páginas que se le grabaron de los pies a la cabeza.

A cada rato consultaba su reloj alcaucil, que era uno de la gran especie, sujeto por el tallo a un agujero de la pared. Las innumerables hojas del alcaucil marcan la hora presente y además todas las horas, de modo que él no hace más que sacarle una hoja y ya sabe una hora. Como las va sacando de izquierda a derecha, siempre la hoja da la hora justa, y cada día empieza a sacar una nueva vuelta de hojas. Al llegar al corazón el tiempo no puede ya medirse, y en la infinita rosa violeta del centro encuentra un gran contento, entonces se la come con aceite, vinagre y sal, y pone otro reloj en el agujero.

Evidentemente no solo era cronopio. Ya casi era libro, era historias y vivencias de cronopio. Y las famas y las esperanzas convivían en él, lo que comenzó a desesperarlo.

Aplicando sus descubrimientos estableció que el fama era infra-vida, la esperanza para-vida, y el profesor de lenguas inter-vida. En cuanto él mismo, se consideraba ligeramente super-vida, pero más por poesía que por verdad. A la hora del almuerzo gozaba en oír hablar a sus contertulios, porque todos creían estar refiriéndose a las mismas cosas y no era así. La inter-vida manejaba abstracciones tales como espíritu y conciencia, que la para-vida escuchaba como quien oye llover -tarea delicada. Por supuesto, la infra-vida pedía a cada instante el queso rallado, y la super-vida trinchaba el pollo en cuarenta y dos movimientos, método Stanley Fitzsimmons.

Entonces se dedicó a robar las mangueras de los famas. Las azules se las regalaba a las niñas, con las amarillas adornó monumentos. Las verdes sirvieron para tender trampas africanas en el rosedal. Las rojas fueron a parar a las manos de las esperanzas que las buscaban ansiosas para regar sus jardines verdes. Finalmente logró que las famas cerraran la fábrica no sin antes dar un banquete lleno de discursos fúnebres y camareros que servían el pescado en medio de grandes suspiros. Y, por supuesto no lo invitaron.

Pensó que llegaba el final… Ya no era él. Era letras, palabras, frases…
Recordó a su hijo… Y a su padre… Los cronopios no tienen casi nunca hijos, pero si los tienen, pierden la cabeza y ocurren cosas extraordinarias. Por ejemplo, un cronopio tiene un hijo, y en seguida lo invade la maravilla y está seguro de que su hijo es el pararrayos de la hermosura y que por sus venas corre la química completa con aquí y allá istas llenas de bellas artes y poesía y urbanismo. Entonces este cronopio no puede ver a su hijo sin inclinarse profundamente ante él y decirle palabras de respetuoso homenaje. El hijo, como es natural, lo odia minuciosamente. Cuando entra en la edad escolar, su padre lo inscribe en primero inferior y el niño está contento entre otros pequeños cronopios, famas y esperanzas. Pero se va desmejorando a medida que se acerca el mediodía, porque sabe que a la salida lo estará esperando su padre, quién al verlo levantará las manos y dirá diversas cosas, a saber:

-Buenas salenas cronopio cronopio, el más bueno y más crecido y más arrebolado, el más prolijo y más respetuoso y más aplicado de los hijos!

Con lo cual los famas y las esperanzas junior se retuercen de la risa en el cordón de la vereda, y el pequeño cronopio odia empecinadamente a su padre y acabará por hacerle una mala jugada entre la primera comunión y el servicio militar. Pero los cronopios no sufren demasiado con eso, porque tambien ellos odiaban a sus padres, y hasta parecería que ese odio es otro nombre de la libertad o del vasto mundo.

Cuando comprendió esa realidad, vió claramente que era mucho mejor ser libro que ser lector. El lector es esclavo del libro mientras que el libro es dueño de la libertad de sus palabras…

28/8/12

El "bautismo"


La residencia lo condenaba casi a vivir en el Hospital. Era residente de 3er. Año de Cirugía y ya conocía rincones, cuentos, usos y costumbres del hospital. Si bien hacía guardia de 24 horas en el Servicio de Cirugía, compartía mucho con médicos, enfermeras, camilleros y ambulancieros de la Guardia Médica. Conocía a todos los médicos internos y a los residentes de los otros servicios del hospital. Habitualmente almorzaban y cenaban juntos y dormían en un pabellón con un cuarto para las mujeres y otro para los hombres.

Y, por supuesto, compartían los tradicionales divertimentos de los médicos de guardia.

Y uno de esos divertimentos era el “bautismo” de los nuevos practicantes de la guardia, habitualmente estudiantes de Medicina que se incorporaban a una guardia a hacer las primeras armas frente a los enfermos de verdad.

Pero tenemos que retrotraernos a unos días atrás al evento que motiva este relato. Digamos, unos 5 días atrás.

Salía del consultorio externo, después de haber estado atendiendo pacientes, y pensando en el próximo almuerzo, cuando… “sintió” o “presintió” que lo estaban mirando. Giró la cabeza hacia los costados y solo le llamó la atención una anciana, como tantas de las que iban a diario al hospital, vestida de negro, con una pañoleta en la cabeza, que levantó lentamente la vista y lo miró. Realmente no le prestó mayor atención y subió la escalera rumbo al comedor.

Al día siguiente, entrando al Servicio de Cirugía a operar (ese día el Jefe de Residentes, que hacía la armaba la lista de operaciones, lo había puesto de primer ayudante del Jefe del Servicio) parada en el pasillo que lleva al Servicio, vió nuevamente a la viejita. Como iba distraído y concentrado en su próxima operación, se dio cuenta una vez que había pasado frente a ella. Se dio vuelta para confirmar que era ella, pero ya no estaba. Seguramente fue un corcovo de su imaginación que le había hecho ver lo inexistente.

Al otro día estaba tomando un café en el bar de enfrente del hospital con otros médicos, cuando la volvió a ver. Pasó caminando por frente al ventanal del bar y percibió claramente que lo miraba. Trató de recordar… Una paciente? No… Familiar de algún paciente? Tampoco le sonaba… Se encogió de hombros y siguió charlando con sus compañeros.

El siguiente encuentro fue bastante más franco y notorio. Ya no era su imaginación. Al entrar al hospital por la mañana estaba sentada en las escalinatas, con la misma ropa de siempre, con una especie de bufanda que usaba como pañoleta y le tapaba el cabello y parte de la cara. Y lo miraba directamente a los ojos. Estuvo tentado a pararse y preguntarle algo, pero decidió que no valía la pena. Siguió su camino resistiendo la tentación de darse vuelta a mirarla, mientras pensaba “Yo la conozco de algún lado… No me puedo acordar…!”

A media mañana apareció el Médico Interno de la Guardia por el Servicio de Cirugía y le dijo

- Che, flaco… Esta noche hay “bautismo…” Son dos pibes nuevos, un muchacho y una pendeja… Vos vas a ser el protagonista porque no te han visto todavía y no tienen idea de quién sos.

Procedió a contarle el plan, que era realmente original y divertido. Se entusiasmó pensando en cómo se reirían de los dos nuevos practicantes.

Antes de irse, el médico interno le recomendó no ir a la guardia ni a almorzar con ellos para que las víctimas no lo vieran.

Almorzó en un restaurant de la esquina, solo, y después regresó al servicio de cirugía y pasó la tarde revisando las historias clínicas de los pacientes recién operados y haciendo los controles de rutina.

A las 8 de la noche de la guardia le llegó en manos del ambulanciero un mensaje: “Preparate que a las 9 comenzamos”.

Sonriendo caminó hasta el pabellón, abrió un placard y sacó un pantalón viejo y una camisa que encontró exactamente donde el ambulanciero le dijo que iba a estar. Se cambió lentamente. Después abrió un placard donde habitualmente guardaban vituallas para complementar la magra comida del hospital, tomó un frasco de Ketchup y se lo tiró encima manchando toda la ropa, y se refregó algo por la cara. Salió lentamente del pabellón y se acercó a un área lateral donde guardaban las ambulancias, donde estaba el ambulanciero esperándolo con una de las ambulancias viejas con el motor en marcha.

- Todo el hospital sabe lo que va a pasar…! Va a estar buenísimo… - le dijo su conductor…

Y salieron por la puerta lateral del hospital con las luces bajas. Al doblar en la esquina, miró por reflejo la entrada del hospital, y volvió a verla… Estaba sentada en la escalinata, igual que a la mañana. No le vió la cara, pero parecía esperar algo… “Pobre vieja” pensó, “con este frío…”

La ambulancia anduvo unas tres cuadras, él pasó hacia la parte de atrás y se acostó en la camilla, y comenzó la diversión… Comenzó a sonar la sirena en forma continua, se encendieron las luces externas y arrancaron rumbo al hospital.

La ambulancia paró frente a la rampa de entrada de camillas a la Guardia. Médicos, enfermeras, camilleros y practicantes formaban un ramillete en la puerta, mientras que los dos nuevos quedaban atrás de todo sin poder ver ni acercarse.

Lo bajaron de la camilla, una enfermera se subió sobre él y mientras llevaban la camilla a uno de los consultorios de guardia, simulaba realizarle masaje cardíaco, mientras uno de los médicos le colocó una mascarilla de oxígeno en la boca simulando darle aire.

Corrieron por el pasillo. Todos rodeaban a la camilla para evitar que los practicantes nuevos pudieran acercarse.

Cuando llegaron al consultorio, el Médico Interno agarró un viejo desfibrilador que hacía meses que no funcionaba pero que continuaba allí, le puso las paletas en el pecho y grito “Ya…!”, momento en el cual él hacía movimientos bruscos, dándole bastante realismo a la escena mientras todos los participantes aguantaban la risa a excepción de los dos “bautizados”, que trataban de asomarse por entre la gente que le impedía el acceso a, “herido”. El ambulanciero explicaba a los gritos “Lo agarró el tren…! Lo agarró el tren…”

Finalmente, después de extender la actuación por 20 minutos, el Médico de Guardia dijo

- Basta, muchachos…! No hay caso…! Está muerto…!

Todos pusieron cara de abatidos mientras por dentro festejaban la ocurrencia y miraban de reojo a los dos practicantes, que tenían lágrimas en los ojos ante su primera experiencia traumática frente a la muerte.

Lo taparon como se ve en las películas, con una sábana. Aunque nunca se hacía, para darle más dramatismo al evento, le ataron en el dedo gordo del pié izqierdo un cartelito que decía “N.N.” y fue ahí cuando el médico interno le dijo a los dos novatos “Uds. llévenlo a la morgue y lo dejan ahí porque la policía va a tener que hacer una autopsia judicial. Esta es la llave de la morgue. Queda al fondo del pasillo. Al final van a ver una puerta que tiene el cartel que dice Morgue”

Hacia allí salieron los muchachitos, empujando la camilla mientras él, totalmente tapado, hacía denodados esfuerzos por no reirse.
Por la noche, el camino a la morgue era lúgubre, oscuro y corría un frío viento. Para aportar más al terror de los dos jovencitos, los viejos bombillos de las viejas lámparas titilaban por efecto de los cambios de tensión y los movimientos del viento.

Solo se escuchaban los pasos de los muchachos, el silbido del viento, y la apagada charla que mantenían

- Pobre tipo…!

- Si…! Que manera de morirse…

- Justo en nuestra primera noche…

El ya no aguantó más la risa y se sentó en la camilla. Cuando logró sacarse de la cara la sábana que lo cubría, vio como los dos practicantes corrían por el fondo del pasillo gritando. Pasaron por al lado de la viejita, que se acercaba caminando lentamente.

Se la quedó mirando. Ella le sonrió, le agarró la mano y le dijo:

- No te levantes, que vine a buscarte…

 

Los dos nuevos practicantes, muertos de susto, llegaron a la oficina del médico interno y exclamaban

- Está vivo…! El señor del accidente está vivo…!

- Van a discutirme a mi, pendejitos…? Yo soy el jefe de la guardia y dos estudiantitos recién llegados vienen a decirme que me equivoqué al diagnosticar una muerte…?

- Es que se levantó…! – los muchachos no paraban de gritar y gesticular

- Vamos a verlo… !

Y fueron todos conteniendo la risa y pensando en cómo seguía la broma… Encontrarían la camilla vacía, le dirían a los muchachitos que habían permitido que se roben el cadáver, que iban a tener problemas con la policía…

Cuando entraron al pasillo, vieron la camilla. Con asombro vieron que no estaba vacía. Se veía perfectamente el cartel que decía “N.N.” colgado del dedo gordo del pié izquierdo.

El médico interno lo destapo. Allí estaba él. Bastante frío, pálido violáceo, con los ojos sin brillo mirando hacia arriba, y con una mueca extraña…

17/8/12

Pata'e burro

Era el pesado de Gobernador Virasoro. Con sus dos metros de altura y 120 kgs, su imagen impresionaba. Para colmo tenía la nariz achatada, sus inmensos brazos llenos de tatuajes y una cicatriz que le cruzaba la cara de lado a lado. Tenía bien ganado su apodo de Pata e’burro. Siempre andaba calzado y el Smith Wesson 357 (caño largo) asomaba las cachas en su espalda. Era su orgullo, lo lustraba a diario para ver brillar su cañón empavonado.


Entraba al boliche y se hacía inmediato silencio. Siempre se acomodaba en el mostrador en el mismo rincón, lejos de la caja registradora, y pasaba su fiera mirada por los presentes como autorizando su permanencia en el lugar.

Aunque nadie había osado enfrentársele, en varias oportunidades había verdugueado a algún vecino, que prontamente bajaba la cabeza y se retiraba para evitar daños mayores. Se contaban historias de muertes en combate, heridas terribles, y esa cicatriz de la cara, que todos discutían su origen pero nadie se animaba a preguntar cuándo y cómo se la hizo.

Ese día se levantó llegando el mediodía. Tomó unos mates que le preparó su vieja (vivió siempre con la madre, una anciana resignada que era la única capaz de enfrentar la convivencia con él) y salio a patear veredas por el pueblo, gozando con la sensación de poder que le producía ver a la gente cruzar la calle cuando él se aproximaba, o a los autos detener respetuosamente la marcha cuando ponía un pié en la calle. Le encantaba la cara de terror de la gente cuando los miraba fijo.
Al llegar al boliche repitió su rutina de siempre: se acomodó los pantalones, pasó su mano por las cachas de la Smith Wesson (caño largo) y miró a todos los concurrentes con su cara seria. Lo alertó el hecho que muchos se pararon y se comenzaron a alejar del mostrador, que otros se miraban entre ellos y murmuraban en voz baja. Entonces, lo vió. Sentado en “su” lugar del mostrador había un extraño. Un muchacho joven, más bien flaco, desgarbado, de pelo rubio largo, de rasgos suaves, casi afeminados, tomaba tranquilamente una gaseosa dietética mientras movía la cabeza al son de una callada música que salía de sus auriculares. Evidentemente, no era del pueblo. Nadie en Gobernador Virasoro se animaría a eso.

Se acercó lentamente apoyando su mano izquierda en la cintura y la derecha en la empuñadura de la Smith Wesson (caño largo). Su voz de trueno resonó en el boliche

-          Rajá de acá, pibe…!

El muchachito ni se inmutó. El silencio era absoluto. La atención de todos estaba en los sucesos que se estaban desencadenando.

-          Me escuchaste…? Movete de mi lugar…!

Lentamente, el muchachito se quitó los auriculares, se pasó la mano por su rubio cabello, sonrió y le preguntó

-          Qué te pasa?

-          Que te salgas de mi lugar! – su voz fue atronadora

Con absoluto desinterés, el rubiecito le contestó

-          No me jodas…! – mientras volvía a poner sus ojos en el vaso de burbujeante gaseosa dietética

Todo fue rápido. Pata’e burro sacó la Smith Wesson (caño largo) empavonada y apuntó a la cabeza del pibe

-          A ver…! Moviendo esas patitas…! A volar de acá…!

La gente inició una estampida que incluyó a mozos y encargado, temerosos de ser víctimas de alguna bala perdida. Pero la curiosidad los detuve en la puerta del boliche, del lado de afuera… Atentos a lo que se escuchaba esperaban el desenlace…

Se oyó la suave voz del rubiecito que decía

-          Mirá la mira…!

-          Qué…? – atronó la voz del malevo del Gobernador Virasoro

-          Qué mirés la mira… - la voz del pibe seguía siendo suave, casi femenina…

-          Y eso…? – Pata’e burro demostraba cierta incomprensión y mucha incredulidad en la voz

-          Te digo que mires bien la mira, porque eso es lo que te va a rajar el culo…! – respondió la suave voz

Un “Oh…!” brotó de la garganta de quienes estaban amontonados afuera esperando el desenlace…

A las palabras siguieron un par de ruidos.

Bruscamente, salió el rubiecito, se acomodó una gorra con el escudo de San Lorenzo, poniendo la visera hacia atrás, caminó silbando bajito hasta un Citroen 2CV, y se fue para siempre. Jamás volvió por Gobernador Virasoro.

Quince minutos después, la gente seguía esperando en la puerta del boliche. Nadie se animaba a entrar…

Entonces salió Pata’e burro… Cabeza hundida entre los hombros, sujetándose con la mano los pantalones cuya parte posterior insinuaba una creciente mancha de color rojo vivo, arrastrando los piés. Su mano izquierda dejo caer la Smith Wesson (caño largo). Se fue caminando y nunca más nadie supo nada de él.

5/8/12

Los muertos del placard...


La llegada a la séptima década lo había sumido en elucubraciones extrañas.
A veces se le daba por imaginar el futuro sin él, o lo que habría sido el mundo sin él. En general sentía remordimientos. A veces por lo que iba a hacer, a veces por lo que no había hecho.
Ese día se levantó pensando en los muertos del placard. En todas esas cosas que causaron daños graves a otros o a su conciencia. No sabía por qué o cómo había comenzado. Lo que sabía es que sacar a flote esos recuerdos lo torturaba, pero no podía evitar hacerlo.
Un recuerdo trajo a otro, y éste a otro, y así comenzaron a aparecer recuerdos en forma desaforada. Infidelidades, mentiras, dolores a otros, abortos, traiciones, algún robo, falsedad, acosos, perversiones… La lista era larga…
Por más que trataba, no podía parar ese desborde de recuerdos.
Hacía esfuerzos sobrehumanos por encajar un buen recuerdo en esa torturante lista, pero no podía, no lograba detener ese tren que lo estaba atropellando vagón por vagón.
Todos sus amigos decían (y lo creían realmente) que él era un buen tipo. Y él siempre había estado de acuerdo.
Siempre pensó que su ex mujer tenía la culpa del fracaso de su matrimonio y que había sido víctima de las circunstancias, pero esa cadena de recuerdos comenzó a cambiar la percepción de su pasado. Comenzó a pensar que, desde el primer recuerdo, de la época de su adolescencia, había comenzado a tejer su fracaso matrimonial. Y todos sus otros fracasos, que siempre había considerado éxitos pero que a la vista de sus recuerdos, ahora comprendía que no lo eran.
Buscó excusas para sus maldades, pero no las encontraba.
Esa sensación de culpa comenzó a invadirlo. Se sentó en el sillón y, simplemente, dejó que se desbordara su memoria de muertos en el placard.
Después de varias horas, logró tomar el control de su memoria. El tren comenzó a detenerse lentamente hasta que se detuvo por completo y los recuerdos quedaron inmóviles.
Se levantó lentamente, fue al baño, se lavó la cara, se miró al espejo y se dijo “La verdad es que fuiste un reverendo hijo de puta…”

22/6/12

Ya está...!

Pasaron años para tomar la decisión y meses para llevarla a cabo. Largos meses de proyectar, hacer, preparar, coordinar, enviar... Con las tristezas de desprenderse de lo logrado con mucho esfuerzo y la esperanza de encontrar cosas mejores...
Es duro emigrar, pero también es duro regresar... Uno va creando lazos, afectivos y de los otros, que tiene que dejar atrás... Uno creó su propio entorno, su ambiente, su hogar, sus amigos, sus hábitos... Uno se insertó en el nuevo lugar y fué integrándose hasta convertirse en ciudadano del mismo. Yo pienso como venezolano. Mi mente funciona como venezolano, Ya estoy acostumbrado a todo, he incorporado y me he incorporado a esa cultura caribeña tan diferente a la nuestra.
Con mucho dolor vendí mi departamento, el que fue mi refugio, mi referencia, mi hogar.
Y, sin dudas, mucho más difícil es para mi mujer. Ella nació allá, su familia está allá, sus lugares, rincones y recuerdos están alla. Y de repente, un día, debe dejar todo en pos de un sueño que no siermpre se parece a la realidad...
El asunto es que nos desprendimos de mucho, cargamos algunas cosas en nuestra mochila y nos vinimos.
Debo reconocer que mi familia se portó demasiado bien, nos tuvo demasiada paciencia, nos ayudó a acomodarnos, nos alienta permanentemente.
Estuvimos un tiempo en un departamentito ubicado en Palermo, con toda la mudanza embalada en cajas y dedicados a buscar dónde vivir, cómo vivir y de qué vivir...
Buenos Aires no me recibió con los brazos abiertos... No es la ciudad que recordaba, ni es la que veía en mis breves viajes turísticos... Es una ciudad dura para vivir...Y, encima, San Lorenzo peleando el descenso...!
Es increible, pero llegué hace 2 meses y todavía no vi a mis amigos de siempre, no fuí a mis lugares preferidos. Ni siquiera fuí a la cancha, cosa totalmente inexplicable dadas las circunstancias.
Mi cabeza está metida en mudanzas, búsqueda de trabajo, reparación de desórdenes impositivos y cosas aún más aburridas y engorrosas que eso.
Por suerte, en mi vida fuí sembrando afectos que ahora estoy cosechando. Conseguí un trabajo mal remunerado pero muuuuuy interesante en un lugar muy atractivo y con gente espectacular. Ya alquilé un departamento a la vuelta de mi amigo Dany (uno de los pocos fieles lectores de estos escritos), a quien, como era esperable, todavía no ví. Y ya tomé contacto con otros amigos de la infancia o gente que, por una u otra razón, quedo ligada en su momento a mi, y espero conseguir trabajos complementarios que me alivien la carga y me permitan vivir dignamente.
Pero extraño. Extraño mucho... Extraño el ritmo de vida cotidiano de Puerto Ordaz, Extraño esa naturaleza explosiva y siempre a la vista, extraño las playas del Caribe, extraño ese calor permanente, extraño los sonidos del habla venezolana y la picardía de sus dichos. Extraño a mis amigos de allá, extraño a la familia de mi mujer y esas habituales reuniones de sancocho, parrilla, pescado con bola de platano, mientras la música llanera o los vallenatos suenan en forma permanente. Extraño las arepas, las cachapas, el pabellón criollo y otros manjares venezolanos. Creo que hasta extraño al Comandante Chavez y sus larguísimas cadenas radiotelevisivas...
Estoy viviendo una dicotomía existencial... Quiero estar acá y allá... Quiero ir un día a caminar por la Recoleta y después irme a Playa Parguito a bañarme en el Mar Caribe...
Yo siempre me sentí argentino, pero en realidad, hoy soy "argentizolano"... No lo puedo evitar...!
Solo espero que Buenos Aires me dé aunque sea la cuarta parte de lo que me dió Ciudad Guayana... Con eso me conformo... Y espero que la flaca se acostumbre y vuelva a tener esa sonrisa que hacía brillar el mundo y que ahora aparece de cuando en cuando y bastante atenuada...

9/1/12

Esperando la hora...

Venezuela es un bello país... Me enseñó muchas cosas... Aprendi un nuevo significado de las palabras, una nueva entonación. Aprendí que es mentira que Argentina es el país más rico de Sudamérica. Para decir eso nos basamos en nuestro potencial para producir alimentos y nuestra variedad de paisajes, sumamente disímiles y encantadores. Pero tremenda sorpresa te llevas cuando llegás a un país que mirábamos por sobre el hombro y de reojos, y te encontrás con un país que está practicamente flotando en petroleo, que tiene inmensas minas de oro y diamantes, que tiene un Mar Caribe azul y transparente que baña playas de ensueño, que tiene un paisaje único en el mundo como es la Gran Sabana, que tiene tambien los mismos Andes que tenemos nosotros con una belleza espectacular. Y tiene un pueblo muy especial. Siempre hay tiempo para una rumba, una cerveza y una reunión de amigos.
Por supuesto, hay pobreza, y mucha, y la inoperancia y desinteres de los gobernantes de la última mitad del siglo XX para combatir las enormes desigualdades y la concentración de las riquezas crearon, por reacción una esperanza llamada Comandante Chávez, que se ha adueñado totalmente del poder. Pero la idea no es hablar de política, así que acá termina mi referencia al tema.
El asunto es que, como todo, los ciclos concluyen. Y yo hace un par de años comencé a sentir que mi ciclo venezolano estaba terminado.
El hecho de estar en pareja con una muchacha venezolana me resultaba una traba para tomar decisiones, pero mi familia, mis afectos, mis lugares, mis olores, mis sonidos, mi San Lorenzo, tiraban cada día más.
De golpe, un buen día, mi mujer dijo "Y si nos vamos para la Argentina?", frase mágica que lanzó a correr mi imaginación a la misma velocidad que mis pulsaciones
Entonces, ese proyecto fué germinando hasta que desembocó en la decisión definitiva. Este año es el año del retorno... Después de 15 años, regreso para quedarme...
La sola idea me hace feliz. Ya comencé el operativo. Tengo en venta el depto. donde vivimos, la boutique de ropa que tiene mi mujer y el auto, que es de ella y que ella quiere convertir en otro auto en Argentina, cosa que a mi no me disgusta.
La decisión está tomada y el proceso está iniciado.
No sé dónde voy a vivir, cómo voy a complementar mi jubilación, pero sé que voy a ser feliz.
Tengo la enorme responsabilidad de hacer que mi pareja se adapte y también sea feliz. Es una tarea dura porque las diferencias culturales y de forma de vida son muchas, pero me tengo fe.
En resumen, vuelvo a casa...!
Si abandono temporariamente este espacio es, simplemente porque estoy abocado a la tarea de volver. Pero cuando pueda, seguiré escribiendo.
Se me ocurrió contarles esto porque varios me preguntaron si había abandonado el blog. Y les respondo que NO, que simplemente estoy ocupado en volver...
Nos vemos...