De todo...

Algunas imágenes, poemas y escritos son de terceros, quienes podrán disponer su eliminación cuando lo deseen.

Planté algunos árboles, tuve 3 hijos y 3 nietos, estoy listo para escribir mi libro...

Planté algunos árboles, tuve 3 hijos y 3 nietos, estoy listo para escribir mi libro...

24/6/11

Salvador de Bahía (un viaje en capítulos) Parte 3



TERESA BATISTA (LISTA PARA LA GUERRA ?)
Frente a la Praca da Catedral, al comienzo de los largos del Pelourinho, hay un boliche que por las noches llena la vereda de mesas para recibir legiones multicolores que se emborrachan con Brahma (o Sköll, o Kaiser,o Antarctica) o con batidas (la caipira es la reina) mientras escuchan las melodías de otro de los cientos de músicos que Bahía le regala al mundo. Se llama Cafe da Lua.
Allí estabamos sentados. Yo iba por la tercera cerveza (o la cuarta...?) mirando sin mirar, gozando del dulce placer del alcohol, cuando de repente, de atrás de un árbol, se apareció ella. Delgada pero bien torneadita. Morena trompuda, de piel color feijao preto y mota con tonos rubiones, pollerita corta,
camiseta musculosa, descalza. Caminaba al ritmo de la batucada. Se plantó frente a mí, me miró desfachatadamente, ladeando la cabeza hacia un lado y la cadera hacia el otro.
Sus ojos negros embetunados enmarcados por pestañas que parecían hojas de cocotero, me hipnotizaron de inmediato y sin la menor compasión.
- Meu nome es Terezinha.
Su voz conjugaba la sonoridad de la de Gal Costa, la calidez de la de María Bethania, la fuerza de la de Daniela Mercury y la profundidad de la de Simone.
Sin preocuparse por mis acompañantes, que la contemplaban boquiabiertos, me pasó tiernamente la mano por la cabeza, me abrazó con fuerza, me dió un beso jugoso y sonoro y me pidió un real.
Como un autómata se lo dí. Dió media vuelta y se fue sacudiendo el "bunda" al compás de la música.
No tendría más de 6 años y ya sabía que mimos y caricias también pueden valorizarse en dinero, que besos y abrazos se pueden vender...



LO DE SIEMPRE... COSAS DE NEGROS (O LA PERDURABILIDAD DE LO ABOLIDO)
Y, che...? Hay muchos negros...?
Pregunta que inevitablemente te hacen cuando volvés de allá. Pregunta absurda: No hay blancos... A lo sumo existen "brancos bahianos", desteñida versión del morenaje.
Pero todos son negros. "Mulato", "mestizo", "jambo" son denominaciones inventadas por el amo blanco para distinguir a aquellos que se encuentran un peldaño más arriba por llevar algún vestigio de lechosa sangre.
Vinieron como esclavos pero se las ingeniaron para preservar atisbos de libertad.
Esos que tuvieron que partir a vivir una cultura diferente sin poder reclamarle a Dios...
Y el blanco no se conformó con secuestrarlo de su tierra de negro y marfil sino que también, con un catecismo de látigo y torturas, intentó imponerle un credo. Prohibió sus cultos por fetichistas y obscenos y a cambio lo obligó a adorar a un dios extraño, que no lo amaba, que lo despreciaba por ser negro, que lo obligaba a ocultarse entre tabiques y paredes en las mismas iglesias que con sus propias manos construía, porque su negra figura ofendía al hombre blanco y a su dios.
Ellos, los hijos de la selva y el trueno, dueños de las llanuras y los desiertos, indomables socios de la naturaleza, fueron condenados a servir a monigotes de piel pálida y escasa vergüenza.
Ellos, de ritos plenos de ardor y alegría, adoradores de la fuerza del rayo, del agua de los ríos, de la furia de los mares, debían rendirse ante un dios de dolores y odios, de látigo y opresión, de infiernos y oscuridades.
Agacharon la cabeza pero no doblegaron el alma. El candomblé‚ sobrevivió impávido a todas las persecusiones. Dioses y ritos paganos fueron sincretizandose con el cristianismo hasta que Jesús fué Olorúm (el principal), el Sr. de Bonfim fue Oxalá (su hijo, el protector del pueblo negro de Salvador), y los santos se confundieron con los africanos Orixe.






Ritos paganos se entremezclaron con ritos cristianos y, ante el horror de santos inquisidores, arabaques y agogos en alocado adarrum convocaban al Afox‚ en los mismos templos del opresor, convertidos en alegres barracao, despojados de la tristeza y oscuridad del lúgubre medioevo de la Europa peninsular.
Hay blancos en Bahía? Además de los turistas, los pocos que existen se pueden encontrar en los restorantes de los grandes hoteles 5 estrellas, sentados y comiendo mientras que los negros están parados y sirviendo. O recluídos en costosísimos palacetes de Itaparica, en los condominios de Ondina y Rio Vermelho, en las lujosas mansiones de la Rua 7 de Setembro, custodiados por porteros negros, con niñeras negras y sirvientes negros (de qué abolicao fala voce, meu amigo...?)


Y sentado en la escalinata de Nuestra Señora del Rosario de los Negros, un joven moreno me explicó que nunca fueron domados culturalmente. Que a pesar de las cadenas, las rejas, los azotes y las torturas, el blanco jamás logró dominar ni sus sentimientos ni sus pasiones; que por eso cantan, bailan, aman y viven sentimental y apasionadamente. Que la abolición de la esclavitud solo fue un episodio en la historia del opresor, que en su "superioridad magnífica" y haciendo alarde de su "gran generosidad", concedió la libertad al negro, cosa que hizo cuando logró desarrollar nuevas y sofisticadas formas de esclavitud. Que hay negros de piel preta y negros de piel branca, y que mientras que en el mundo haya naciones que no sean ECONOMICAMENTE JUSTAS, POLITICAMENTE DEMOCRATICAS, SOCIALMENTE SOLIDARIAS y CULTURALMENTE PLURALES, habrá negros esclavos (de piel clara o de piel oscura). Fue entonces que me ví, en esa cada vez más grande columna de negros que en el mundo habemos, soportando nuestra esclavitud, aggiornada por la perversidad de los que desde siempre detentan el poder.

16/6/11

Salvador de Bahía (un viaje en capítulos) Parte 2


DIVAGAR DEVAGANDO (DE POR AQUI, DE POR ALLA...)

Caminar por la vereda de la Praca da Se esquivando negros durmiendo monas de noches trasnochadas de samba y cachaca, vendedores ambulantes, morenas descalzas y casi desnudas, bahianas de encajes blancos y cintos colorados, chicos rotosos y turistas disfrazados, mientras por los oídos entran confundidos en un aquelarre musical palabras en mil idiomas gringos y melódicos sones nativos.
Llegar a la Plaza de la Catedral (que misteriosos episodios habrán sucedido para que se hayan construído tres iglesias alrededor de ella...?) y soportar el asedio de los chiquilines que venden maníes o huevos de codorniz por un real.
Agradecer a las docenas de jóvenes de ambos sexos que se ofrecen como guías y expertos conocedores de la zona.




Encarar hacia el Pelourinho pasando frente a los restos del anfiteatro de la vieja Facultad de Medicina, con Hipócrates y Galeno que, inmóviles y de piedra, miran como negros de motas trenzadas y barbas extrañas usan sus pedestales como escaparates para artesanías, pinturas, kangas y camisetas pintadas.

Bajar hasta el empedrado de las torturas, donde ayer nomás se mercaba con negros esclavos.
Contemplar cómo bajan batiendo parches por la Rua Gregorio de Matto los desarrapados de la renombrada Sociedad Carnavalesca Filhos de Gandhi, encabezados por un bastonero cojo con grenchas trenzadas y bombachudo floreado mientras en las escalinatas del Museo de la Ciudad y de la casa de Jorge Amado dos negras con calzas revolotean las ancas al son de los tambores.






Tres chiquilines se pelean en las escalinatas de Nuestra Señora del Rosario de los Negros, construída, adornada, decorada y tallada por los esclavos para los esclavos.
Tomar una caipirinha (de las buenas: un limoncito verde sin cáscara molido con mortero previo agregado de dos cucharadas soperas de azucar; agregar hielo picado y cachaca en cantidad suficiente para llenar un "copo"; batir enérgicamente y luego servir) sentados a una mesa que apenas se mantiene en equilibrio en el chueco empedrado de esa poética esquina de Gregorio de Matto y Joao del Senhor.

Caminar hasta San Francisco, toda ella enchapadita con polvo de oro pegado a las paredes con una mezcla de melaza más sangre, sudor y lágrimas de negros esclavos, sentarse en uno de los bancos tallados a mano (de los que estan en el medio de la iglesia) y entretenerse descubriendo las venganzas esclavas a la opresión del amo blanco y su religión impuesta a látigo e inquisición: ángeles con caras de viejos y con sexo (pititos y conchitas por doquier...), torsos de mujeres negras embarazadas y desnudas en recuerdo de las tantas esclavas obligadas a satisfacer los instintos de los señoritos de la alta sociedad colonial y de algún que otro cura, que quedaron preñadas en el evento, alguna que otra imágen de dioses paganos entremezclados con toda esa barroca concentración de santos, arcángeles, ángeles y querubines.




Subir nuevamente a la Praca da Catedral respondiendo disimuladamente (para que quien te acompaña no se incomode) a los guiños provocativos de exhuberantes morenas de culos cadenciosos y pechos danzarines.
Comer un par de acarajes (exquisitos bollos de feijâo branco molido y frito en aceite de dendé, abierto al medio, untado con una pasta de pimienta bien fogoza y relleno con salsas varias, camarones fritos y alguna que otra cosa más) preparados en callejeros puestos (aunque la palabra "puestos" resulta demasiado pretenciosa y exagerada para denominar así a esos tronos rodeados de ollas con deliciosas e incitantes emanaciones en las que se instalan como reinas) por las inigualables manos de esas gordas bahianas llenas de encajes blancos sobre su brillante cuero preto.


Montarse en el funicular que te desciende a la Ciudad Baixa. Entretenerse con el vendedor de monos de la plaza que está frente al Mercado Modelo. Regatear en cada uno de los puestos del Mercado. Tomarse una batida acompañando a algunas casquinhas de siri en el Restorante de María de San Pedro, en la terraza del primer piso del Mercado, mientras el sol cumple el cotidiano rito de ponerse en el mar, espectáculo que nos resulta extraño a quienes vivimos en la rivera del Atlántico que mira al Este.



Subir nuevamente al Centro Histórico de la ciudad usando el elevador (eso de viajar por una ciudad en ascensor no deja de ser extraño...).
Y nuevamente a la Plaza de la Catedral. Y otra vez a repetir el recorrido.
Siempre igual... Siempre diferente...
Ciudad del Salvador de la Bahía de Todos los Santos, santa sede del candomble, pontificado de los cultos afro-brasileños, capital africana de América, protegida del Sr. de Bonfim (Oxalá), tierra de poetas, artistas y cantores...: te amo !!

5/6/11

Salvador de Bahía (un viaje en capítulos) Parte 1



EL VIAJE ANTES DEL VIAJE (CONSIDERACIONES PREVIAS)

Me encantan los viajes largos, interminables, agotadores. Debo estar loco, pero me fascinan.
Me gusta viajar a cualquier lado (cuanto más lejos, mejor) manejando y haciendo paradas en donde se me cante. Me gusta llegar a cualquier lado bien cansado, listo para el baño y la cama.
Me gusta el tren, especialmente cuando los viajes incluyen noches (inolvidables recuerdos de noches en vela con amigos, guitarras y canciones, rumbo a nuestro sur; de borracheras compartidas con unos mejicanos entre Viena y Venecia gracias a ese invento genial llamado Eurailpass).
Si el avion resulta inevitable, me gusta con muchas escalas y trasbordos. Me gusta sentir que voy lejos, que es muy largo el camino, que es muy difícil llegar. No hay como el Lloyd Aereo Boliviano para ir a Estados Unidos: escala en Santa Cruz de la Sierra con 5 hs. de espera en la que te llevan a un hotel para que te despojes del polvo que se te pego en el viaje desde el aeropuerto en una catramina y para que te duermas una siestita (ideal para algun ejercicio erotico si es que vas acompañado). No hay como las Lineas Aereas Paraguayas para viajar a Madrid: escala con trasbordo después de 4 hs. de espera en Asunción, gozando del único free shop de "puertas abiertas" y que incluye indias con ropas autóctonas que venden artesanías sentadas en el piso; posterior escala en Tenerife a insólitas horas de la madrugada, con un calor desvastador y un cansancio de aquellos...
Así que cuando decidí que mi destino seria Bahia, inmediatamente me puse en campaña para evitar vuelos directos, prolijos y ordenados. Debo reconocer que en ese sentido, el servicio de la línea aérea fue excelente... Sin mayores preguntas la empleada que me atendió me armo un viaje con escala y trasbordo bastante desbolado, de ida en Rio de Janeiro y de vuelta en San Pablo. Solo insinuó la posibilidad del viaje directo, pero en cuanto hice un intento de rechazo, lo ocultó y nunca mas lo saco a relucir.
Y es así que con la garantía de un viaje auspiciosamente agotador, comencé el anhelado paseo por las tierras de Jorge Amado que, en un ataque de locuacidad, se me dio por dejar testimonio escrito.

DE ESTACIONES, TERMINALES Y AEROPUERTOS (O "BAHIA, DIFERENTE DESDE EL PRINCIPIO")

Como una epidemia van desparramandose en el mundo, de ciudad en ciudad, esos aeropuertos que parecen diseñados por el mismo arquitecto, construidos por los mismos albañiles, decorados por los mismos "creativos" (?). Todos iguales, frios, distantes, más parecidos a esos modernos shopping centers que a lugares desde donde uno se va o a donde uno llega.
Salas idénticas, con idénticos mosaicos, idénticos asientos, idénticos negocios, identicos tableros, idénticos mostradores, idénticas cafeterías, idéntica temperatura, idénticos sonidos. Son fotocopias de un original construido para hombres standard. Las diferencias acentúan el aburrimiento: algunos son más largos, más altos, más grandes, pero en general (y en particular) parecen calcados. Estoy seguro de que si me durmiera en el hall del aeropuerto de San Pablo y me despertara en el de Miami, en el de Londres o en el de Paris, no me daria cuenta del cambio.
Las estaciones de tren son diferentes. Tienen estilo, son únicas, irrepetibles, típicas. La terminal de Londres no tiene ningún parecido con la de Roma, con la de Constitución, o con la de Once. En ellas pueden distinguirse netamente las características del pueblo, sus costumbres, sus hábitos, sus comidas, sus olores, su música.
Los aeropuertos son neutros. No pertenecen a ninguna ciudad. Son insulsos.
Resulta fácil y lógico llorar o gritar en una estación de trenes. Resulta absolutamente extemporáneo hacerlo en un aeropuerto. En las estaciones de tren la gente está viva, es feliz o está triste, siente. En los aeropuertos, las personas son autómatas; conforman una masa monótona, silenciosa y desabrida (inodora, incolora e insípida) que transita en silencio por ambientes y circunstancias totalmente artificiales.
Esos absurdos gusanos que parecen aspirar o escupir pasajeros hacia y desde el interior de los jets no tienen ningún parecido con los siempre enquilombados, ruidosos, sucios, abigarrados andenes de las estaciones del ferrocarril, por los que la gente transita llena de emoción en busca de su asiento en un vagón que siempre queda lejos, en busca del abrazo y las lágrimas de quienes están esperando el retorno.
Si alguien cree que por el aeropuerto puede llegar a imaginar las características de la ciudad a la que arriba, está completamente loco o nunca viajó en avión. En cambio, uno puede predecir muy bien cómo es una ciudad, un pueblo, con solo asomar la cabeza por la ventanilla del tren y recorrer con la mirada la estación.
Y ésta es la primera emoción que te brindaba esta maravilla colonial que es Bahia (ahora terminaron "modernizándolo", o sea, eliminanbdo sus rasgos distintivos). Su aeropuerto (aeropuerto internacional) era tal cual una estación de tren. Para empezar, no tenía mangas. Bajabas por una escalerilla a un mundo soleado de eternos veranos. Caminabas al aire libre mientras desde las
terrazas del edificio cientos de personas gritanban, saludaban, agitaban pañuelos de colores o lloraban bajo el sol. Lo único que hacía que no olvidaras que estabas en un aeropuerto eran los aviones que, como lánguidos pajarracos, se soleaban mientras esperaban cargar y descargar pasajeros y bártulos. Y esa bendita cinta que transporta los equipajes, en la que como norma tu valija es colocada mucho después que los demás pasajeros retiraron la suya y se fueron.
Una vez que encontrabas tu valija en esa pequeña salita llena de recién llegados y nativos, sin aire acondicionado, te zambullías en Salvador.
No existía ese hall central típico de los aeropuertos. Era un amplio espacio abierto, sin paredes, al aire libre, con un techado que te salvaba del sol. No había adentro... Todo era afuera... Los mostradores de las compañías aéreas estabann de un lado; del otro estabann los autos, las kombis y los micros que traian y llevaban gente. Y a pesar de los 40 grados que te cantaban esos alcahuetes indicadores que ininterrumpida y alternadamente, durante todas las horas de todos los días de todos los meses de todas las estaciones de todos los años, dan la hora y la temperatura, no sentías calor. El aire corría libre y reconfortantemente. Había chicos jugando, había música, había alegrías y había tristezas.
Era un lugar ideal para llegar, para partir, para volver...
El modernismo nos quitó aquella primera y bella impresión, pero Salvador de Bahía sigue siendo la misma...