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Planté algunos árboles, tuve 3 hijos y 3 nietos, estoy listo para escribir mi libro...

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5/6/11

Salvador de Bahía (un viaje en capítulos) Parte 1



EL VIAJE ANTES DEL VIAJE (CONSIDERACIONES PREVIAS)

Me encantan los viajes largos, interminables, agotadores. Debo estar loco, pero me fascinan.
Me gusta viajar a cualquier lado (cuanto más lejos, mejor) manejando y haciendo paradas en donde se me cante. Me gusta llegar a cualquier lado bien cansado, listo para el baño y la cama.
Me gusta el tren, especialmente cuando los viajes incluyen noches (inolvidables recuerdos de noches en vela con amigos, guitarras y canciones, rumbo a nuestro sur; de borracheras compartidas con unos mejicanos entre Viena y Venecia gracias a ese invento genial llamado Eurailpass).
Si el avion resulta inevitable, me gusta con muchas escalas y trasbordos. Me gusta sentir que voy lejos, que es muy largo el camino, que es muy difícil llegar. No hay como el Lloyd Aereo Boliviano para ir a Estados Unidos: escala en Santa Cruz de la Sierra con 5 hs. de espera en la que te llevan a un hotel para que te despojes del polvo que se te pego en el viaje desde el aeropuerto en una catramina y para que te duermas una siestita (ideal para algun ejercicio erotico si es que vas acompañado). No hay como las Lineas Aereas Paraguayas para viajar a Madrid: escala con trasbordo después de 4 hs. de espera en Asunción, gozando del único free shop de "puertas abiertas" y que incluye indias con ropas autóctonas que venden artesanías sentadas en el piso; posterior escala en Tenerife a insólitas horas de la madrugada, con un calor desvastador y un cansancio de aquellos...
Así que cuando decidí que mi destino seria Bahia, inmediatamente me puse en campaña para evitar vuelos directos, prolijos y ordenados. Debo reconocer que en ese sentido, el servicio de la línea aérea fue excelente... Sin mayores preguntas la empleada que me atendió me armo un viaje con escala y trasbordo bastante desbolado, de ida en Rio de Janeiro y de vuelta en San Pablo. Solo insinuó la posibilidad del viaje directo, pero en cuanto hice un intento de rechazo, lo ocultó y nunca mas lo saco a relucir.
Y es así que con la garantía de un viaje auspiciosamente agotador, comencé el anhelado paseo por las tierras de Jorge Amado que, en un ataque de locuacidad, se me dio por dejar testimonio escrito.

DE ESTACIONES, TERMINALES Y AEROPUERTOS (O "BAHIA, DIFERENTE DESDE EL PRINCIPIO")

Como una epidemia van desparramandose en el mundo, de ciudad en ciudad, esos aeropuertos que parecen diseñados por el mismo arquitecto, construidos por los mismos albañiles, decorados por los mismos "creativos" (?). Todos iguales, frios, distantes, más parecidos a esos modernos shopping centers que a lugares desde donde uno se va o a donde uno llega.
Salas idénticas, con idénticos mosaicos, idénticos asientos, idénticos negocios, identicos tableros, idénticos mostradores, idénticas cafeterías, idéntica temperatura, idénticos sonidos. Son fotocopias de un original construido para hombres standard. Las diferencias acentúan el aburrimiento: algunos son más largos, más altos, más grandes, pero en general (y en particular) parecen calcados. Estoy seguro de que si me durmiera en el hall del aeropuerto de San Pablo y me despertara en el de Miami, en el de Londres o en el de Paris, no me daria cuenta del cambio.
Las estaciones de tren son diferentes. Tienen estilo, son únicas, irrepetibles, típicas. La terminal de Londres no tiene ningún parecido con la de Roma, con la de Constitución, o con la de Once. En ellas pueden distinguirse netamente las características del pueblo, sus costumbres, sus hábitos, sus comidas, sus olores, su música.
Los aeropuertos son neutros. No pertenecen a ninguna ciudad. Son insulsos.
Resulta fácil y lógico llorar o gritar en una estación de trenes. Resulta absolutamente extemporáneo hacerlo en un aeropuerto. En las estaciones de tren la gente está viva, es feliz o está triste, siente. En los aeropuertos, las personas son autómatas; conforman una masa monótona, silenciosa y desabrida (inodora, incolora e insípida) que transita en silencio por ambientes y circunstancias totalmente artificiales.
Esos absurdos gusanos que parecen aspirar o escupir pasajeros hacia y desde el interior de los jets no tienen ningún parecido con los siempre enquilombados, ruidosos, sucios, abigarrados andenes de las estaciones del ferrocarril, por los que la gente transita llena de emoción en busca de su asiento en un vagón que siempre queda lejos, en busca del abrazo y las lágrimas de quienes están esperando el retorno.
Si alguien cree que por el aeropuerto puede llegar a imaginar las características de la ciudad a la que arriba, está completamente loco o nunca viajó en avión. En cambio, uno puede predecir muy bien cómo es una ciudad, un pueblo, con solo asomar la cabeza por la ventanilla del tren y recorrer con la mirada la estación.
Y ésta es la primera emoción que te brindaba esta maravilla colonial que es Bahia (ahora terminaron "modernizándolo", o sea, eliminanbdo sus rasgos distintivos). Su aeropuerto (aeropuerto internacional) era tal cual una estación de tren. Para empezar, no tenía mangas. Bajabas por una escalerilla a un mundo soleado de eternos veranos. Caminabas al aire libre mientras desde las
terrazas del edificio cientos de personas gritanban, saludaban, agitaban pañuelos de colores o lloraban bajo el sol. Lo único que hacía que no olvidaras que estabas en un aeropuerto eran los aviones que, como lánguidos pajarracos, se soleaban mientras esperaban cargar y descargar pasajeros y bártulos. Y esa bendita cinta que transporta los equipajes, en la que como norma tu valija es colocada mucho después que los demás pasajeros retiraron la suya y se fueron.
Una vez que encontrabas tu valija en esa pequeña salita llena de recién llegados y nativos, sin aire acondicionado, te zambullías en Salvador.
No existía ese hall central típico de los aeropuertos. Era un amplio espacio abierto, sin paredes, al aire libre, con un techado que te salvaba del sol. No había adentro... Todo era afuera... Los mostradores de las compañías aéreas estabann de un lado; del otro estabann los autos, las kombis y los micros que traian y llevaban gente. Y a pesar de los 40 grados que te cantaban esos alcahuetes indicadores que ininterrumpida y alternadamente, durante todas las horas de todos los días de todos los meses de todas las estaciones de todos los años, dan la hora y la temperatura, no sentías calor. El aire corría libre y reconfortantemente. Había chicos jugando, había música, había alegrías y había tristezas.
Era un lugar ideal para llegar, para partir, para volver...
El modernismo nos quitó aquella primera y bella impresión, pero Salvador de Bahía sigue siendo la misma...

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