De todo...

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Planté algunos árboles, tuve 3 hijos y 3 nietos, estoy listo para escribir mi libro...

Planté algunos árboles, tuve 3 hijos y 3 nietos, estoy listo para escribir mi libro...

1/8/11

De Vegas a Europa...!


(Este es un cuento, pero cualquier similitud con nombres y personas reales no es casualidad)

La verdad es que probé de todo en mis 18 años… Fui boyero en un tambo a los 12 ayudando a mis viejos, a los 17 ya amansaba baguales y ahora trabajo. Pero no es lo mío…!
Recién ahora estaba comenzando a agarrar un rumbo. Recién ahora tenía claro qué quería: iba a ser famoso, un famoso futbolista de esos que andan en autos importados y salen con chicas de cabaret.
Después de un año de entrenar duro y parejo y de partidos bien jodidos, estábamos a punto de llegar a nuestro final feliz: ganar la Copa Regional del Oeste Bonaerense.  Ese domingo se jugaba la final! El rival era un equipo de Henderson, que, según las malas lenguas, era regularón nomás.

Era la gran chance para que me vieran…! Habría “espías” de varios lugares… Seguro que de Barracas Bolívar iba a haber alguno, y jugar en la “C” era un buen comienzo… Incluso se decía que iban a venir de Platense y de Chicago…! Se imaginan…! De las calles de tierra de Herrera Vegas, ese caserío que había crecido alrededor de la estación de tren, de un salto al asfalto grande…! Ya los trenes,  los dos viejos Midland, uno de ida y otro de vuelta, que venían de al lado de la capital, de Puente Alsina, y pasaban por Vegas rumbo a Carhué para el lado de La Pampa, no existen desde hace tiempo. La famosa “modernidad” los hizo desaparecer y Vegas es ahora un rancherío con una casilla telefónica, una panadería, un almacén de Ramos Generales, un taller mecánico, una carnicería, una escuela primaria, una comisaría, la delegación regional, la vieja estación, ahora usada para otras cosas, y unas pocas casas… Ni venta de combustible tiene…! Por supuesto, sus 4 calles son de tierra…! Ah! Y tiene una plaza que hace poco cambió de nombre. Yo no me sé bien el cuento, pero parece que el que la hizo, mucho antes de yo nacer, era un tipo importante que, además construyó unas cuantas casitas en el pueblo, pero era de la contra del partido al que pertenece el delegado actual, entonces le cambió el nombre. Le puso Plaza San Martín. Pero para todo el pueblo la sigue llamando “la Plaza de Don Paco”.
 Mis viejos son de allí, nací en el Hospital de Bolívar, en Vegas hice la primaria y no seguí estudiando porque tenía que trabajar y, además, para qué si lo mío era triunfar en el futbol… En Vegas laburo, como ya les conté al principio. Conseguí un trabajo exclusivamente de mañana, en la escuela. Soy una especie de “arreglatodo”. Durante todo el año me levanto a la mañanita, a eso de las 5, corro una hora levantando polvareda por las calles del pueblo con mi bombacha remendada y mis alpargatas bigotudas llenas de tierra, después unos mates y a las 6 y media de la mañana ya estoy limpiando la escuela, arreglando los bancos rotos, cortando el pasto, y todas esas cosas. Preparo la bandera bien doblada para que los gurices la icen en el mástil que hay en el frente.
Termino al mediodía. Un rato después que los chicos salieron gritando, yo salgo con mi bolso, camino la media legua que hay hasta la ruta, y ahí comienzan mis sueños.
Yo ya había decidido que este sería mi año…!
Con ese entusiasmo de saber que estaba por saltar a la fama, hacía dedo para llegar a Bolívar. Caminaba hasta el club y me comía mi almuerzo de siempre: un sánguche espectacular de un salamín traído de los pagos de Mercedes.
Las tardes empezaban 2 horas después de ese sánguche. Jugábamos dos partidos de 40 minutos y el entrenador hacía de referí, nos daba indicaciones y nos corregía. Más luego nos juntábamos todos en el vestuario y escuchábamos la “charla técnica”, que era una mezcolanza de consejos, recomendaciones órdenes y retos, que por lo general yo no entendía ni le daba bola pensando en autos convertibles y rubias de ojos celestes y bocas pintadas, total, para qué si jugar al futbol no se aprende, se trae en la sangre. Siempre terminaba de la misma manera “A poner huevos y usar la cabeza, que se puede. Este año la Copa queda en casa”. La última semana cambió la frase: “este año” se convirtió en “este domingo”.

El sábado,  entrenamos menos y nos quedamos a dormir en el club. Bueno…! Dormir es un decir…! Yo por lo menos, no pude cerrar los ojos ni un minuto…! Pensaba en el partido sin poder quitármelo de la cabeza… Tenía 3 obligaciones: ganar, jugar bien y, principalmente, lucirme ante los ojos de los que me iban a llevar al futuro…!
Esa mañana mateamos temprano y nos quedamos en el club hasta el mediodía. Almorzamos allí. Las jodas de los muchachos durante el almuerzo mostraban el excelente humor y el ánimo que teníamos todos. Después de almorzar descansamos un rato. Algunos durmieron, otros se quedaron jugando al truco o al chinchón o simplemente charlando. Yo me senté en una reposera a la sombra de un eucalipto y comencé a volar montado en mis sueños: un vestuario de verdad, el gol del triunfo (un golazo), una nota en El Gráfico, un contrato en un equipo grande, un par de lindas vedettes, una oferta en Europa, un auto importado, una casa frente al mar…
Y Herrera Vegas…? Sería famosa por mi…! “El Torito de Vegas”…! Hasta la pondrían en el mapa de la Internet…! Iría todos los meses, para mostrarles a mis amigos el auto nuevo, la rubia de la tele que me había levantado y para ver cómo andan las cosas en la estancia que me voy a comprar…
A las 4 de la tarde caminamos despacito y cantando bajito hasta el Estadio Municipal. Era la última vez que caminaría ese trayecto. O por lo menos, que lo caminaría con esas alpargatas deshilachadas, bigotudas. A partir de ese domingo, mis zapatillas importadas pisarían el pasto de clubes importantes. Y, quien te dice, Europa…!
Recuerdo que en el vestuario todos cantábamos y nos dábamos ánimo uno al otro.
Nos cambiamos lentamente. Yo probé dos pares de botines que me había regalado el hijo de la patrona de El Cardón, una estancia de por ahí cerca, que venía siempre a las fiestas de la escuela. No quería que se me lastimaran los pies. Esos benditos pies planos…!
A las 6 comenzamos a hacer ejercicios de calentamiento, a mover los músculos y estirarnos para que no te agarren calambres o te desgarres en un campito que queda detrás del vestuario. Me preocupaba esa vieja lesión del tobillo, así que lo probé bien, le di duro, y, gracias al Tata Dios, sentí que estaba todo bien.
A las 7 menos cuarto entramos a la cancha. Se juntaron los capitanes, se hicieron los sorteos y nos pusimos como nos indicó el técnico: cuatro estaqueados en el fondo, tres en el medio, uno más adelante (“enganche” que le dicen) y el Bayo y yo adelante. La tribuna estaba bastante llena. Era una fiesta para Bolívar, y muchos aprovecharon el lindo día para llevar a sus familias. Por ahí vi a varias personas de Vegas o que andaban por Vegas con frecuencia, que estaban detrás de uno de los arcos saludándome con las manos. Y en los asientos que hacían de platea estaban unos señores de traje dominguero, los “espías”.
A las 7 en punto comenzó el juego. Nosotros corríamos, la gente gritaba. Yo sentía los latidos de mi corazón como estimulándome para correr más y más.
El primer tiempo fue durísimo. Todo el juego se apretó en el mediocampo y poco pudimos llegar al área de los de Henderson. Tan malos como decían no eran… Tampoco ellos llegaron mucho. Se puede decir que los arqueros descansaron tranquilos.
Durante el descanso después del primer tiempo yo me quité los botines para descansar mis pies. El entrenador nos habló durante esos 15 minutos. Primero nos dio algunas indicaciones y luego se dedicó a darnos ánimo.
Cuando entramos a la cancha, llegué a escuchar que el masajista le decía al utilero “Viste…! Vino Don Pedro…!” Don Pedro…! Era la garantía del futuro…! Era el que buscaba jugadores para representarlos y acomodarlos en equipos de primera…!
En cuanto el juez pitó el comienzo del segundo tiempo, nos lanzamos como locos al ataque. Parecíamos caballos disparados. Durante 10 minutos los tuvimos encerrados en su propia área. Yo me imaginaba que estaba corriendo por el Maracaná con la camiseta de la Selección y dándole un baile a los negritos brasileños…!
Entonces llegó el fatídico minuto 11… Parece joda…! Justo el número que llevaba en la espalda de mi camiseta…! Recibí la pelota frente al arco. Ahí estaban los tres palos y el arquero, que parecía chiquitito en el centro. Sabía que era la mía, todo servidito en bandeja y con una alfombra para caminar hacia el futuro. Me relamí pensando en la cara de admiración de los “espías”, en la ovación del público, en mi traspaso al Nápoles (me sabía ese nombre porque allí jugó el Diego…). Me preparé para colocar la pelota en un rincón bien lejos del arquero, pero justo cuando iba a patear, la pelota dio un pequeño pique, se levantó y yo le pegué pifiado y me caí sentado en el pasto. El grito de “Tronco…! Ni pa’leña servís” retumbó clarito. Para colmo de desgracias, con el traste dolorido por la caída y el alma quebrada por el grito, vi como la pelota llegaba suavemente, como al trotecito, a los pies del 4 rival, que le tiró un pelotazo largo al 9 de ellos, que en nuestra desesperación por atacar, habíamos dejado solito. Agarró la pelota el muy guacho, corrió tres o cuatro pasos y le dio con alma y vida. Todo pareció moverse en cámara lenta: el zapatazo, la pelota en el aire, el arquero volando, la pelota colándose en un ángulo… No podía ser…! Sentí que mi corazón se quebraba, que mi garganta se secaba, que las lágrimas empujaban para salir de mis ojos.
El resto fue anecdótico, un mal recuerdo… Tratamos y tratamos, pero no pudimos. Nosotros cada vez más nerviosos, ellos cada vez más tranquilos.
Cuando el árbitro pitó el final del partido y ellos comenzaron a abrazarse, yo me senté en la tierra sin comprender lo que ocurría… Chau autos importados y rubias de cabarute…! Chau sueños de asfalto, estancias, viajes a países desconocidos a los que solo podés ir en avión…
Miré de reojo, primero a la platea y vi cómo los señores de traje se levantaban y se iban, y luego a la tribuna donde estaban mis conocidos de Vegas, que seguían gritando cosas incomprensibles pero seguramente nada  buenas. Bueno, un par de ellos se reían y hacían gestos con las manos. Seguro que me iba a tener que aguantar las cargadas de todos…
Tengo el vago recuerdo de los festejos de los de Henderson, de cuando les dieron los premios, de cuando el capitán de ellos alzó la copa que tanto habíamos querido nosotros. Nos fuimos callados, pensativos. Mudos estábamos en el vestuario, mudo me vestí, mudo caminé hasta la ruta para hacer dedo.
Suerte que ese camión me levantó rápido, porque ya era tarde y al día siguiente tenía que levantarme a las 5… Y recordé que el pizarrón de la escuela estaba roto… Lástima que no aproveché el viaje a Bolívar para comprarme unas bombachas nuevas, porque las que tenía ya no aguantaban más… Y esas alpargatas rotas…! Voy a ver si Doña Juanita y Don Rómulo tienen algún potro bagual que quieran amansar…! Para eso si que soy bueno…!

3 comentarios:

  1. Muy hermoso blog, mi amigo, tanto en su forma como en su fondo, todo tú estás sembrado de lírica, tanto en las alegrías, como en las penas o en las contemplaciones, no es de extrañar, pues, que las musas se discutan un espacio a tu vera y te soplen sus cantos en los oídos del alma porque eres poeta, desde Jaén un abrazo y feliz fin de semana.

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  2. Te agradezco el comentario. La verdad es que confieso que no escribo para que lo lean. Escribo para mi. Las veces que pensé en escribir para otros, estuve horas corrigiendo argumentos y embelleciendo frases hasta que lo escrito no tenía nada de espontaneo y siempre terminé por eliminarlo. Nuevamente, gracias...

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  3. Pampa querido. Otro relato lleno de nostalgia y poesía. Lo lei de un tirón haciéndome la película como corresponde. Un fuerte abrazo!

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