De todo...

Algunas imágenes, poemas y escritos son de terceros, quienes podrán disponer su eliminación cuando lo deseen.

Planté algunos árboles, tuve 3 hijos y 3 nietos, estoy listo para escribir mi libro...

Planté algunos árboles, tuve 3 hijos y 3 nietos, estoy listo para escribir mi libro...

22/7/11

Matando a Carolina.



Siempre se despertaba temprano. Ese día no iba a ser la excepción.

A las 6 ya estaba despierto en la cama, tratando de mantenerse en absoluta inmovilidad. Sabía que cualquier movimiento podía desencadenar una tormenta. Pero estaba satisfecho: anoche la había estrangulado con sádico placer. Recordaba con euforia el rubor de su cara, los ojos saltones y llenos de lágrimas, sus esfuerzos desesperados por respirar, sus sacudones espasmódicos finales… Otra vez la había matado…!

Alrededor de las 7 se levantó tratando de no mover mucho la cama, de no hacer ruido, pero esa maldita puerta siempre emitía un quejido delator. Fue automático, el ruido y el salto de Carolina. Su grito retumbó en el silencio matutino “Cuántas veces te tengo que decir que me molesta que me despertés con esa maldita puerta a la mañana…! No podés tratar de no hacer ruido…? No te entra en la cabeza…?”
Sin responder, entró en el baño y acometió la incomodísima tarea de cepillarse los dientes, lavarse la cara y peinarse sin hacer ruido. Salió lentamente del baño y palpó suavemente la cama para verificar que no había ninguna pierna, mano u otra parte del cuerpo de su amada esposa, y lentamente, cuidadosamente, se sentó para poder abrir el cajón inferior de la cómoda y sacar un calzoncillo y un par de medias. Inevitablemente movió el colchón, lo que provoco el inmediato levantamiento de cabeza de ella, quien le reclamó “No hay caso…! Parece que lo hicieras a propósito…!”

Salió del cuarto, se vistió como todas las mañanas en la sala de estar que no era más que otro cuarto sin cama, con sillones y una televisión. Allí tenía el resto de su ropa, en su placard, que en realidad era medio placard, porque Carolina tenía ropa distribuida por todos los placards de la casa.
Como todas las mañanas, se preparó café para él y le dejó a ella la cafetera con café caliente para que tomara cuando se levantara.

Pensó “Qué hago, me despido o no…?”. Aunque parezca mentira, era una decisión difícil. Si no se despedía, a media mañana recibiría un llamado telefónico de Carolina reclamándole por haberse ido sin saludarla. Y si lo hacía… En fin…! Se decidió por entrar. Se acercó a la cama, apenas corrió las sabanas para descubrir su cara y le dio un suave beso mientras le decía “Chau, mi cielo…” La esperada respuesta, como estaba escrito, se produjo de inmediato. Otra vez la voz de Carolina lo golpeaba con un “Vos no aprendés…! Dale…! Seguí…! No ves que me duele la cabeza…?”. Sonrió y salió de la habitación lentamente.

Manejó hasta su trabajo, donde lo esperaban un montón de papeles de gente desconocida que pedía cosas imposibles y a las que debía responder con un formalismo, sabiendo que el empleado del Ministerio al que él se los enviaba, archivaría esos pedidos sin hacerse ningún problema. Pero él cumplía… “Hemos recibido su solicitud, a la que le daremos curso lo más brevemente posible, etc., etc., etc….”

Toda la mañana, mecánicamente, hacía su tarea mientras su cabeza tramaba el próximo asesinato. Lo que más le gustaba, aparte de sentir la muerte salir de sus propias manos, era que esos estúpidos compañeros de oficina, que jugaban al solitario en viejas computadoras o hablaban de sus ridículamente increíbles aventuras amorosas, ni siquiera sospechaban que era un peligroso asesino serial.

A las 10 de la mañana recibió una llamada esperada. “Se puede saber dónde están las radiografías de mamá?”. Como explicarle a Carolina que ni siquiera sabía que su mamá había ido al médico? Le propuso un par de lugares para buscar y siguió con su trabajo y pergeñando su próximo asesinato.

Como a las 11, algo arrepentido de imaginar tanta sangre, le mandó a Carolina un mensaje de texto. Un simple “Te amo, mi vida”, y al minuto le llegó el mensaje de respuesta “Dejá de mandarme imbecilidades, que estoy ocupada”

A las 12 en punto cerró su escritorio, bajó hasta su viejo Peugeot 504 y volvió a su casa. Demoró lo de siempre, unos 20 minutos. A la misma hora de siempre entró en su casa y escuchó la misma frase de siempre “Pensé que ya no venías a almorzar…! No sabés que si se me pasa la hora me duele la cabeza...? O lo hacés a propósito…?”

Intento besar a si mujer quien le acercó la cabeza para facilitarle la tarea de besarle el pelo mientras seguía revolviendo la olla. A pesar de saber la respuesta, no se pudo contener y preguntó “Qué cocinaste…?” Y, por supuesto, recibió la contestación de siempre “Comida, que va a ser…!” Sonrió pensando en la noche… Cómo iba a saborear ese asesinato…!

Se fue a lavar las manos mientras ella le gritaba “Y…? Vas a venir a comer o no…?” Sin responder, se sentó en la mesa y observó como ella le servía la comida. Eso sí, cocinaba bien, había que reconocerlo.

Una vez que Carolina le puso la comida en la mesa, se sirvió ella, agarró su plato y se fue al dormitorio diciendo “Yo como allá porque estoy viendo tele…!”
Mejor…! En la soledad de su almuerzo, siguió programando su sádico asesinato. Esta vez iba a ser realmente espeluznante…! Todavía no tenía en claro cómo sería. Ya había estrangulado, arrojado desde el balcón del viejo edificio de 6 pisos que había frente a su casa, envenenado, apuñalado, electrocutado,  degollado, matado a golpes de masa, ahogado con la almohada, baleado en la cabeza con una escopeta del 16… Quería algo diferente, nuevo, excitante…

Estaba en eso cuando Carolina lo interrumpió con un grito: “Luis…! Vení para acá…!”Despacio se levantó sabiendo lo que iba a escuchar. La miró con esa cara de estúpido que ponía cuando estaba planeando un asesinato y escuchó como a lo lejos a Carolina “En esta casa somos dos…! No podías levantar la mesa si vos comiste sólo acá…?”

Levantó el plato, el vaso y los cubiertos, los lavó y los dejó en el escurridor. Guardó cuidadosamente los individuales y aprovechó para irse. Antes se despidió con un “Chau” emitido en un volumen adecuado para que Carolina lo oyera desde el cuarto. Ella le respondió “Por qué tenés que gritar…?” Salió despacito, a paso lento, cruzó el pequeño jardín que tenía la sencilla casita de barrio donde vivía desde que se casó, hace 20 años.

Por la tarde su tarea era diferente: debía archivar la pila de papeles que sus compañeros le dejaban en el escritorio, cosa que hacía metódicamente, por número de expediente. Mientras tanto seguía tratando de descubrir la manera de cometer el crimen.

Finalmente se decidió. Siempre que decidía el cómo, sentía una fresca sensación de paz y relajamiento.
Volvió a su casa, Carolina no estaba. Por simple curiosidad le envió un mensaje de texto con la lógica pregunta “Amor, dónde estás? Vas a llegar tarde?. La respuesta no se hizo esperar “Estoy en la calle! No sé a que hora vuelvo. Si querés comer, preparate un sándwich”.

El sabía bien dónde estaba. Nunca esas salidas le produjeron celos, porque sabía que, llegara a la hora que llegara, sería cargada de paquetes. Carolina era adicta a las compras. Eso a él le divertía. Porque, por lo menos, nunca se salía del presupuesto. Compraba cosas baratas y, según ella, imprescindibles como una alfombrita para el baño, un par de aros de fantasía. De vez en cuando, una camisita de descuento. Pero compraba.

Se sentó frente al televisor mirando sin ver, pensando, mejor dicho deleitándose con la imaginación del homicidio para nada culposo que pensaba efectuar.

Alrededor de las 8 de la noche ya tenía todo preparado en su cabeza. El plan era perfecto. En ese momento sonó el teléfono… Carolina… A un cariñoso saludo ella le respondió con un “Ya comiste? Porque yo pasé por el patio de comidas del shopping y me comí una pizza. Nos vemos.” Y le cortó la comunicación.

Obediente, se preparó un sándwich de pan francés con jamón, queso y un tomate. Le dio un golpe de microondas y se lo saboreó como pensaba saborear la muerte de esa noche, con fruición.
Quince minutos más tarde entro ella en la casa. Pasó frente a él, que había vuelto a sentarse frente al televisor y le dijo “Me voy a la cama porque me duele la cabeza. Por favor, esmérate bien y tratá de no hacer ruido con esa puerta cuando vengas”. El se sonrió…

Se quedó frente al televisor con los ojos fijos en la hora que marcaba la pantalla. Estuvo así, inmóvil, por espacio de dos horas, tiempo que consideró prudencial para que ella se durmiera.

Abrió silenciosamente la puerta de calle, y con una manguera llenó un balde con nafta de su 504. Lo dejó en el patio trasero de la casa. Entró en la casa, fue al placard donde guardaba las herramientas y tomó un martillo y una soga. Entró lentamente al cuarto sabiendo que Carolina iba a reaccionar como siempre. Y así fue. Apenas la puerta se abrió, ella se sentó en la cama con cara de rabia. Cuando vió que Luis enarbolaba el martillo su cara se transformó en cara de terror. Antes que pudiera decir nada, le aplicó un medido martillazo en el medio de la frente. No muy fuerte, porque quería que despertara rápido: tenía mucho sueño. Carolina cayó inerte, con un pequeño hilo de sangre que le corría por el rostro.

Con mucho cuidado y dedicación la ató completamente con la soga. La miró y se dijo que parecía una momia. Sabiendo que iba a ser imposible mantenerla callada, le puso una gran cinta adhesiva de embalar en la boca.

Cuando ella comenzó a volver en sí, la cargó en sus brazos, resistiendo a los sacudones que ella daba. Cada vez que mataba sentía que su fuerza era mucho mayor de lo que él imaginaba.
Salió por la puerta de cocina al patio y la acostó sobre las baldosas. Ella se esforzaba por gritar pero la cinta adhesiva se lo impedía. Solo podía emitir unos quejidos y sacudirse violentamente tratando de liberarse de su atadura. Tomó entonces el balde de nafta y, cuidadosamente, la mojó de pies a cabeza. Lo hizo con cuidado, tratando que tanto el pelo como la ropa estuvieran bien impregnados.

Buscó la caja de fósforos de la cocina y se sentó a esperar el momento. Siempre, en ese último instante de vida de su víctima, gozaba mirando el terror que reflejaban sus ojos.

Finalmente, con parsimonia, abrió la caja de fósforos, tomó uno y lo encendió. Con una sonrisa en la cara le dijo “Chau, Caro”y la prendió fuego. Rápidamente se convirtió en una pira. El olor a carne quemada le acariciaba el olfato. Veía con placer como se retorcía mientras su piel se ampollaba, luego se ennegrecía y aparecía la carne, que también se quemaba lanzando un exquisito olor a asado. Tuvo paciencia para esperar a que se quemara totalmente. Cuando solo quedaron sus huesos, le echó más nafta, para que no quedara nada…

En media hora, solo había en el patio un montón de cenizas y olor a quemado. Con una escoba barrió las cenizas, las metió en una bolsa de residuos y la llevó a la puerta. Sabía que por la madrugada los muchachos el camión de basura la recogerían y se la llevarían.

Satisfecho con su trabajo, se bañó durante media hora y volvió a sentarse frente al televisor.
 
Carolina se levantó, se acercó a la puerta del cuarto de estar y le dijo “Sé bueno! Apagá esa tele que no me gusta dormir sola!”

Se paró, apagó la televisión, le pasó el brazo sobre los hombros y se fueron juntos a la cama.

Cuando sintió que el delicado cuerpo de ella se acurrucó a su lado aferrándose a su brazo, suspiró feliz… Mañana la mataría otra vez…!

2 comentarios:

  1. ¡Genial! Simplemente genial. Es maravilloso -para mí- encontrarme con plumas ágiles y creativas. Mil felicitaciones. Lo he disfrutado, quizá, más que el protagonista.
    Un hermanado abrazo.


    www.hablapalabras.blogspot.com

    ResponderEliminar
  2. Excelente. Me atrapó desde el primer párrafo. Excelente y gracias. o disfruté muchisimo.

    ResponderEliminar