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Planté algunos árboles, tuve 3 hijos y 3 nietos, estoy listo para escribir mi libro...

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18/7/11

Las encrucijadas erradas


Siempre se lo preguntaba, pero ahora que había llegado casi a los 70 años, la pregunta se había convertido en reclamo. Cómo es que había tomado tantas decisiones equivocadas? Su vida era una larga cadena de decisiones erradas y eso lo afectaba cada día más. Especialmente cuando, al contrario de otros, sí había tenido oportunidades de elegir “el otro camino” pero no lo hizo.
La primera elección fue su profesión. En realidad, ni siquiera se lo planteó. Desde que tenía uso de razón había decidido ser ingeniero.  Era como un designio superior. No se dio cuenta, y ahora sí, que esa fue la primera gran encrucijada y ni siquiera eligió el camino. Siguió por inercia por aquel que le parecía predestinado.
Odiaba las matemáticas, la geometría, el álgebra, y sin embargo estudió Ingeniería. Y ni siquiera le resultó difícil. No era un tema de dificultad sino de gusto.

La siguiente encrucijada si la eligió: se casó con quién él quería y cuando él quería. Era uno de los pocos aciertos, quizás el único, que contabilizaba en su vida. Graciela se llamaba ella.
Un día, en una reunión,  su padre le presentó un famoso ingeniero, que le propuso entrar como asistente en su empresa constructora. No entendía cómo, si le daba lo mismo cualquier cosa, si no le gustaba ninguna rama de la ingeniería, le dijo que no a esa oferta. Su primo sí aceptó, llegó a ser accionista y vicepresidente de la misma, y ahora, jubilado, vive en paz y felicidad con sus hijos y nietos. Una nueva encrucijada desperdiciada.
Consiguió un trabajo que no le gustaba en una empresa que odiaba, en un puesto intrascendente pero que le aseguraba un cómodo pasar a él y a sus hijos. Y realmente paso unos aburridos pero tranquilos años viviendo y creciendo económicamente en esa empresa. Lo único que le causaba placer era su casa y sus amigos. El resto era el costo que debía pagar para sentirse bien.

Un buen día, la empresa le propuso irse a Paraguay con una interesante oferta económica. Ni lo discutió con Graciela. Tomó la decisión de aceptar, pensando que lograría “capitalizar para su futuro”. En realidad ya había logrado muchas cosas materiales, pero no gracias a él sino a ella, que además de trabajar, era previsora. De no ser por Graciela, habría gastado todo tratando que su aburrido “hoy” se transformara en algo más interesante. Su esposa decidió (ella sí tomaba decisiones adecuadas) no acompañarlo y seguir progresando en su carrera y ahorrando para mañana, ese “mañana” que para él era una entelequia.
Ya sus hijos eran grandes, ya comenzaba a sentir que entre él y su mujer quedaban pocos objetivos comunes. En realidad, quedaban muchos, pero él no los veía, y envejecer juntos era la alternativa más adecuada, el gran proyecto, pero él eligió el otro camino, como siempre, el equivocado. La distancia contribuyó a ello. Ella quiso luchar y se fue a pasar un tiempo con él al Paraguay. Pero el ya había pasado la encrucijada y ya la había sorteado con el mismo desacierto de siempre. Ahora, con tristeza, recordaba las noches en silencio en la cama mientras ella lloraba a su lado y él se esforzaba por mantenerse insensible, sin hablarle. Su esposa estaba ansiosa por hacerle cambiar la decisión. Pero, como siempre, él desoyó toda voz exterior e interior que le decía “estás haciendo una cagada!” y se mantuvo firme. La imagen de Graciela partiendo de Asunción envuelta en lágrimas le quedó grabada para siempre. Pero ahora, esa imagen y el sentimiento que ella le producía estaba amplificada, enormemente amplificada. Y había una frase de Graciela que le quedó clavada en el corazón: “Yo lloro solo una vez por las cosas…”
Pasó el tiempo y siguió, solo a veces, acompañado otras. Pero siempre tratando desesperadamente que el “hoy” fuera soportable en una realidad que el mismo había ido forjando, que no toleraba.
Y apareció una nueva encrucijada: la empresa le planteo la posibilidad de volver o seguir en Paraguay. Por supuesto, decidió quedarse. Ahora no entendía las razones, pero ya era muy tarde. Total, su costumbre era sortear mal las encrucijadas.

Siguió el camino equivocado, empecinado en que estaba en la verdad. Siempre luchaba por sentir que no se había equivocado a costa de vivir gastando todo el dinero que entraba.
Se quería convencer a si mismo que todas sus elecciones habían sido correctas, pero por más que se esforzaba buscando argumentos, la razón lo contradecía.

Un día comenzó a extrañar. Sus amigos, su familia, sus lugares, su mujer. Pero en esa nueva encrucijada su orgullo pudo más. Decidió demostrarse a sí mismo y a los demás que no se había equivocado y decidió quedarse en Paraguay, totalmente solo y tratando de convencerse que esta decisión, tal como las anteriores, era correcta. Pero, por supuesto, volvió a equivocarse.

La realidad de la vida y la irrealidad de sus sueños comenzaron a atormentarlo. Comenzó a renegar de sus decisiones, comenzó a aceptar sus errores.

Y ahí está, sentado en el borde de la cama, sólo como en los últimos años, con esa soledad que no se soluciona con gente sino con afectos. Está frente a una nueva encrucijada. Esa noche había soñado con Graciela, sueño reiterado por cierto. La soñaba como si no hubiera ocurrido nada, ni siquiera los años,  los dos jóvenes y riendo.
Pensaba seriamente. Miraba la pistola y sabía que en esa encrucijada no podía errar. Se secó el sudor de la frente. Asunción era implacable en esa época. Se paró, caminó unos pasos hacia ningún lado, tomó un vaso de agua, volvió a la cama. La pistola seguía allí, negra, brillante, atractiva. Finalmente, convencido como siempre, tomó la decisión equivocada.

2 comentarios:

  1. Sé que debo venir con más tiempo para disfrutar tus relatos. ¡Magnífico encuentro tu espacio, amigo mío! o ¡Magnífico encuentro su espacio, don amigo mío! Como sea, sé que comprendes a un lector entusiasmado.
    Felicitaciones.

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