De todo...

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Planté algunos árboles, tuve 3 hijos y 3 nietos, estoy listo para escribir mi libro...

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13/7/11

El ataud.


La casa la había hecho de a poco. Con la venta de un departamentito compró el terreno, que parecía estar en el medio del campo. Estaba pegado a la cancha de golf. Era como si el club hubiera abandonado un rincón. En ese rincón estaba el terreno que se compró, justo pegado a la salida del hoyo 1.
La casa fue inicialmente pequeña, pero con los años y las buenas épocas, fue creciendo y cambiando. Pero siempre quedó esa ventana en el rellano de la escalera desde la que se veía la calle. Un excelente lugar para chusmear el barrio. Bah! En realidad la calle era de tierra, en su vereda no había casas porque estaba el campo de golf de un lado y un terreno baldío del otro. En la otra vereda si había vecinos: unas tres casas bastante separadas entre sí ocupaban la manzana.
El asfalto quedaba a 40 metros (era eso, exactamente, lo que medía el frente del terreno baldío).
Esa ventana era una ventana al vecindario. Acostumbraba a asomarse de a ratos esperando ver algo diferente. Pero siempre lo mismo: la calle vacía, un par de chicos jugando, nada de tránsito. La calle no estaba en camino a ningún lado. Seguramente esa circunstancia la mantendría eternamente sin asfaltar.
A pesar de la interminable y aburrida monotonía, sabía que esa ventana le depararía una sorpresa y vivía atento para no perdérsela.
Una tarde, después de una semana de lluvia contínua en esos otoños tristes del Gran Buenos Aires, ocurrió lo que esperaba.
La calle era un verdadero pantano. Las veredas, sumamente angostas y arboladas, permitían el paso de las personas en fila india y tropezando permanentemente con los ladrillos con los que estaba tapizada. Bueno… En realidad eran un caminito de ladrillos con cercos de un lado y árboles del otro.
Fue entonces que sintió ruidos y voces de personas que hablaban al unísono, y que provenían de allá, del fondo de la calle, donde estaba la última casa de la manzana.
El ángulo no le permitía ver bien, ya que el mosquitero de la ventana, muy útil para ocultar su presencia, le impedía asomar la cabeza. Durante aproximadamente media hora se tuvo que resignar a entrever personas, todas de traje, arremolinadas, que intentaban avanzar por el medio de la calle luchando contra el abundante lodo mientras algunos algo separados del grupo daban indicaciones y gesticulaban. Pero no se quería perder el suceso. Sabía que ese era EL suceso que había estado presintiendo desde que se mudó.
Finalmente entró el grupo en su campo visual. De algún lugar (la última casa de la manzana, quizás) venía caminando una procesión transportando por el medio de la calle un ataúd. En ese momento miró hacia el otro lado, hacia el asfalto, y vió la parte trasera de un coche fúnebre (en realidad, la situación hacía suponer que era un coche fúnebre, ya que solo se veía la parte posterior, y era absolutamente negro.
Delante de la caravana venía caminando de espaldas un hombre serio, con los zapatos y los pantalones sucios de barro. De tanto en tanto se daba vuelta en dirección al posible coche fúnebre y hacía señas como llamando al hombre que estaba parado junto al coche observando las maniobras. Este contestaba que no. Seguía de espaldas dando indicaciones, llamando al de la funeraria y recibiendo siempre un no por respuesta.
El ataúd venía transportado por tres personas, también de negro, de cada lado y uno adelante y otro atrás, ocho en total. Eran notorias las dificultades del de adelante para mantener el equilibrio. Eran notorias también las sonrisas que les provocaba la situación y los esfuerzos por mantener la seriedad. Los 8 transportadores del ataúd estaban embarrados casi hasta las rodillas. Cada tanto, uno perdía pié y apoyaba su rodilla en tierra, inclinando abruptamente el ataúd hacia ese lado. Entre todos trataban de mantener el decoro necesario y ayudaban al caído a recuperar el equilibrio. El avance era sumamente lento y se observaba el franco cansancio de los ocho, pero especialmente de los tres de adelante, que iban prácticamente resbalando por el barro empujados por los otros cinco.
Por la vereda, en fila india, caminaba lentamente también una procesión de deudos/as llorando ortodoxamente y actuando como si ese espectáculo fuera algo normal, como si la situación fuera la esperada, como si todo estuviera controlado.
Era evidente que la gente de la funeraria no quería entrar el coche al barro y era evidente también que cada vez se hacía más dificultosa la marcha del cortejo fúnebre.
Ni en sus sueños más optimistas había pensado ver algo así! Eso justificaba, incluso, soportar la soledad del lugar y la calle que se convertía en un pantano apenas caían cuatro gotas locas. Sabía que no se iba a mover de esa ventana hasta ver el desenlace.
Estaba anocheciendo cuando el ataúd llego exactamente frente a su casa, o sea, a 40 metros del ansiado asfalto donde el coche fúnebre esperaba y el hombre de la funeraria daba muestras de fastidio por el tiempo perdido.
En ese preciso momento, el que llevaba la parte delantera tropezó y soltó el ataúd. El peso y el empuje que recibía de los de atrás, hizo el los dos de adelante también resbalaran y cayeran sentados en el piso completando su atuendo del pegajoso barro. Pocos esfuerzos hicieron los de atrás, quienes después de dos o tres intentos de mantener el ataúd derecho, también lo dejaron caer. Unos 20 cms. de la mortuoria y pesada caja se hundieron en el barro. La caravana de deudos se detuvo. Algunos lloraban, otros murmuraban y otros, francamente, reían.
Desde su ventana trataba de hilvanar las palabras para entender las conversaciones, porque el recato y el respeto por la muerte obligaba a esconder las sonrisas y a apagar.
“Che…! Que venga ese coche de mierda hasta acá…!” “Yo no puedo más…!””Acá no lo podemos dejar! Hay que llegar hasta el asfalto” “Dejame de joder, ya estoy agotado y tengo barro hasta las bolas”
El que venía dirigiendo adelante, hizo una excursión exploratoria hasta el coche fúnebre, y después de discutir un rato retornó con la negativa.
Hicieron un nuevo intento por levantarlo, pero ahora el barro actuaba como engrudo y estaba absolutamente inmovilizado.
Se formaron un par de grupos, ambos en la vereda, mientras el cajón esperaba pacientemente en el medio de la calle, totalmente embarrado. Uno de los grupos se dedicaba a consolar a los deudos y el otro grupo discutía acaloradamente.
El coche fúnebre desapareció de la esquina.
Poco a poco se fueron yendo los protagonistas. Uno dijo “Voy a ver si consigo una Pick Up”.
Ya era de noche y la posición que la ventana le obligaba a mantener, lo estaba cansando, pero quería esperar el desenlace.
Al final, solo quedó una mujer, seguramente familiar más cercana al ocupante del ataúd, y uno de los embarrados transportadores.
Esperó media hora más sin que ocurriera absolutamente nada. Como tenía que madrugar para ir al trabajo, decidió suspender la vigilancia ventanera y se fue a dormir.
Soño con un ataúd deslizándose por el barro como un trineo, arrastrado por perros negros con ojos que brillaban en la noche, con un señor embarrado y de galera montado en él y conduciendo la jauría.
Se despertó temprano, se baño y afeitó, se vistió, y cuando bajaba por la escalera para salir, recordó el episodio de la noche anterior. Se asomó por la ventana y comprobó que no estaba ni el ataúd ni los deudos. Lo que sí se veía era un surco profundo, de unos 80 cms de ancho, que iba desde el lugar donde había estado el cajón hasta el asfalto.
Se encogió de hombros. El chisme quedaba inconcluso... No iba a golpear puerta por puerta a las tres casas de la calle para preguntarle a unos desconocidos vecinos de dónde era el muerto y qué había pasado con el ataúd. Pasó de chisme a misterio...

2 comentarios:

  1. Saberlo sería como matar la imaginación con una obviedad como siempre pasa. Abrazo!!!

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  2. A veces el escritor piensa que imagina sus relatos, que es artífice de esos eventos, pero algún inoportuno aparece para recordarle que, más o menos de esa manera, algo cambiado o enriquecido, eso pasó... El orgullo del escritor se desbarranca... A su pesar, su obra deja de ser un cuento para ser una historia...

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